Enrique Saura personifica
en la historia del Valencia C.F el pundonor del que se deja la piel en cada
jugada. Nacido en Onda, se formó en las categorías inferiores del CD
Castellón debutando en el primer equipo, que entonces militaba en Segunda
División. Su buena trayectoria hizo que el Valencia lo incorporara a su equipo
e n octubre de 1975 con la temporada ya empezada. En ese año realizaba el
servicio militar y se dice que su aspecto distaba mucho del de un jugador de
fútbol al uso. Así, cuando fue a jugar a San Mamés se topó con un vigilante
escrupuloso que no le dejaba pasar pues no creía que fuera jugador del
Valencia. Era un jugador que destacaba por su gran capacidad de lucha y
sacrificio, si bien su escasa estatura y corpulencia o cuerpo eran un problema
para él. Esto provocó que escorara su juego hacia la banda derecha y eso le
convirtió en un futbolista desequilibrante de gran nivel. Como su virtud no
estaba en centrar con precisión se especializó en trazar diagonales que podía
finalizar con disparos secos pero certeros. Su carisma y entrega, junto a una valencianía
que siempre ha ostentado con orgullo le hicieron en el capitán ideal del
Valencia CF durante numerosos años. Al final de la temporada 1984-85,
salvándose de la tragedia que iba a vivir el club en la temporada siguiente y
tal vez de una manera precipitada con 31 años y con un club agobiado por las
deudas, el Valencia CF prescindió de sus servicios, volviendo a sus orígenes dónde
disputó otras tres temporadas más. En su retiro se dedica a la industria
azulejera y la agricultura.
Su bagaje ejemplar se muestra con números admirables: diez
temporadas en el Valencia antes de marcharse al Castellón, 37 goles, una Copa
del Rey, una Recopa de Europa y una Supercopa que recogió como capitán, 23
internacionalidades disputando la Copa Mundial de Fútbol de 1982 y
anotó el gol que otorgó a España la victoria en el trascendental partido
ante Yugoslavia. Las lesiones le respetaron y era un jugador tan
polivalente que pudo jugar en cualquier puesto del campo promediando 30
encuentros jugados por temporada. Como nota graciosa, dijo que Carrete y él se escondieron detrás del banquillo en la tanda de
penalties de la final contra el Arsenal de la Recopa de Europa porque no querían tirar el penalti decisivo.
Por suerte le tocó a Arias y marcó. Con pocas amonestaciones, sólo una vez le
expulsaron y fue contra el Barcelona en un enfrentamiento con Cruz. Finalmente,
tuvo su merecido partido de homenaje contra el Peñarol un 26 de agosto de 1985
con empate a cero goles.