No hay segundas
oportunidades en el incomprensible arte de patear un cuero y la temporada 85-86
apareció inexorable trayendo los peores augurios, confirmando que una situación
deportiva y económica alarmante se acaba pagando, aunque se retrase en el
tiempo la sentencia condenatoria. Y es
que la plantilla del Valencia era insultantemente corta y como primer capitán
del naufragio deportivo tuvimos al bueno de Oscar Rubén Valdéz, otrora motor
incansable del ímpetu futbolístico, aunque ello no camufló que era un novato
entrenando en las lides de la Primera División española. Ya a finales de la
décima jornada se iban adivinando las nubes negras que se cernían sobre el
cielo de la capital del Turia. Apostar por la juventud le salió muy caro,
carísimo, pero Valdéz dejó la impronta de alguien amigo de los jugadores que se
portaba con ellos como un Big Brother en versión de mediados de los 80. Y la puntilla asesina le llegó en la jornada
22 tras recibir un duro correctivo de la Real Sociedad por 6-0 en el antaño
histórico estadio de Atocha. Y se contrató entonces como entrenador a la Saeta
Rubia, a un Alfredo di Stéfano que ya había dejado su sello en el año 70 en
nuestra memoria particular consiguiendo un título de Liga que desde los años 40
se resistía al equipo del murciélago. Ello seguía aumentando la cuota de
argentinidad que, imparable, ha ido complementando a nuestro equipo desde los años
70. Dicen los que convivieron con D.Alfredo en aquellos días que su preocupación
y angustia por la situación del equipo convirtió su trabajo en una tortura que
se convertía en insomnio desesperado. No era para menos. Equipos como el Betis,
Las Palmas, Racing de Santander, Atlético de Madrid y Athletic de Bilbao habían
ultrajado el santuario de Mestalla adornando de negativos una nefasta tabla
clasificatoria.
Para la segunda
División se renovó a Di Stéfano como entrenador y causaron baja dos estandartes
como fueron Roberto y Tendillo, traspasados por la nefasta situación económica
en que seguía el club. Este mal sueño sólo duró una temporada, gracias en buena
parte a que toda la sociedad valenciana, incapaz de aceptarse tantas veces a sí
misma, entendió en ese crucial momento que
era necesario que todas las partes de su masa social apoyaran sin fisuras y sin
reproches el mismo objetivo de regresar cuanto antes a la Primera División,
lugar que nunca debió abandonarse. Y viajamos a apoyar a nuestro equipo por
estadios donde identificarte como hincha del Valencia era una verdadera
profesión de riesgo. Pero sobrevivimos a todo ello y festejamos el ascenso final
recibiendo al equipo en el balcón del Ayuntamiento de la ciudad, el mismo lugar
donde se grita a los pirotécnicos que prendan sus artefactos brutales. La
primera ocasión de visitar una plaza que después, con los años, nos dio glorias
inenarrables. Titulares en prensa como “Ya está” o pancartas como “Sólo fue una
pesadilla” expresaban el sentir de la sociedad… pero esta fugaz pesadilla será
literatura en las página de los libros que queremos olvidar… pero ese es nuestro
secreto.